De quién nos enamoramos



Cuando estamos enamorados nos sumergimos en una especie de letargo donde el encantamiento se apodera de nosotros, sonreímos más de la cuenta, nos convertimos en la necesidad del otro y ese otro se apodera de nuestras huellas. En esa etapa de enamora-miento, cuando nos vestimos de la mejor versión de lo que nunca antes fuimos, esos lumínicos días en los que nuestros defectos se ocultan y sólo pasean a diario nuestras más grandes virtudes, donde somos amables, afables, cordiales, siempre alegres y divertidos, no suelen durar más de 18 meses, si es que tenemos la suerte de que duren tanto, y como dicen por ahí: “lo bueno dura poco”, y no es que el resto sea malo, es que de pronto la desilusión se asoma, la pasión se baja, los defectos salen de su escondite, la magia del encantamiento se apaga.
Después que nos enamoramos entramos en el verdadero amor (si es que antes no hemos salido corriendo por la puerta de atrás), amamos más allá de los defectos y las virtudes, amamos desde la comprensión, la compasión, la aceptación, la tolerancia y el respeto, términos que quedan solapados dentro del enamora-miento, ya que todo es color de rosa y no hay necesidad de ser compasivos o tolerantes porque ese amor nos envuelve y nos termina diluyendo en la imagen que comenzamos a construirnos del otro, el cual se convierte en un complacido y complaciente amado y amante, que tiene siempre la certeza de recibir el amor que está dando en cantidades iguales.

Estar enamorados es una época de expectativas acrecentadas, estamos recibiendo mucho y lo más probable es que recibamos mucho más, así que el otro es para nosotros una maquina de amor constante, de palabras afectuosas permanentes, con detalles y gestos que llenan nuestra cotidianidad. Pero cuando esto se agota, cuando nos relajamos y dejamos de un lado la conquista, también dejamos de lado el mientras enamora-miento, volvemos a ser tal cual lo que siempre hemos sido y demostramos que también podemos ser grandes farsantes.

Entonces ¿De quién nos enamoramos? ¿De la imagen que el otro nos muestra? ¿De las expectativas que nos creamos? ¿De la ilusión compartida? ¿De lo que fuimos mientras amábamos desde la mentira? ¿De la pasión desmedida? ¿De lo que no éramos mientras dábamos tanto? O tal vez es que nos enamoramos de nosotros cuando estamos enamorados.

No es malo enamorarse, al contrario, es grandioso vivir la experiencia, sobre todo cuando el corazón no está contaminado de antiguos amores y uno se enamora desde la ingenuidad y la grandeza. No es malo enamorarse, es maravilloso hacerlo, y mucho más cuando ese amor es correspondido, sólo que es una etapa de tantas que tiene la vida, y es difícil conservarla y que perdure en el tiempo. No es malo enamorarse, es una de las más grandes dichas, es sabernos uno cuando caminamos de mano con el otro, pero también es un tiempo que se esfuma y que regresa a ratos solo a cuenta gotas de lo que alguna vez fue.

El enamora-miento es la primera fase del amor, es aquella donde le abrimos la puerta, y con una llave que se llama desilusión, decidimos entrar o quedarnos afuera. Pero ocurre que algunos nos quedamos atrapados en la perspectiva de la persona enamorada y no de la persona que realmente ama, la que de vez en cuando amanece sin ganas de amar ni ser amada, la del mal humor por las tardes, la de la apatía, la del apoyo, la que te sabe a su lado y tiene la certeza que allí estarás al regresar en la noche. Tenemos una concepción del amor envuelto en flores y chocolates, un amor desmesurado, un amor que nos apruebe y nos diga siempre si lo estamos haciendo bien, un amor de la palabra y no del sentir, un amor que nos hable porque tenemos miedo cuando se queda callado.

Para quienes sostienen que viven enamorados de su pareja, yo no soy quien para contradecirlos, pero el amor de antes nunca es el amor de ahora, el amor que crece con el tiempo siempre será mejor que ese comienzo vestido de conquista, ya que es un amor más sosegado, menos afanado, al que la crisis fortalece, donde el amor prevalece, y ese amor es sólo una fricción que te muestra a los seres en su justa medida.

Cuando todo comienza a regularse comienza realmente el amor, por lo general uno de los dos se relaja primero, y el otro, se siente resentido y angustiado por la inseguridad que se crea al creer que el amor se ha ido. Comienza entonces la etapa del desencuentro, del no estar de acuerdo, de crecer juntos o de irse a crecer en otros lugares y con nuevos encuentros.

¿Saben de quién realmente nos deberíamos enamorar? De nosotros mismos. Y no estoy hablando de un acto de egocentrismo, es más bien un acto de valentía, es necesario amarnos incondicionalmente, tener un romance con nosotros mismos, y luego, crearemos un espejo que nos va a mostrar exactamente ese amor que nos damos, sin amores a medias, sin esperar a que nos completen porque ya lo estamos, sin mentir para que nos quieran, sin apegarnos para que la soledad no duela. Toda relación es posible cuando tenemos una buena relación con nosotros mismos, una vez que ocurre la singularidad, podemos conjugar la vida en plural, y en esa medida tendremos relaciones completas y sanas.

Nos enamoramos de la vida, del trabajo y de los sueños, nos enamoramos de la época de juventud o de los años en que maduramos y comprendemos que la vida no necesitaba tanta prisa, puede que nos enamoremos de varios(as), pero siempre terminamos amando a uno(a). Nos desbordamos en el amor que damos al principio, y luego no nos queda más amor para dar mientras dura, nos aferramos a la ilusión y nos olvidamos en la desilusión. Y cuando alguien dice que quiere amar de nuevo, en realidad lo que quiere es volverse a enamorar, pero el amor es más completo, apunta más hacia la verdad que a ese momento en el que alguien mientras enamora… miente.

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